Dios es un Dios celoso


Cuenta San Agustín que Tiberio César quería que Jesucristo fuese contado entre los dioses del Imperio, pero el Senado se negó a admitirlo, alegando que era un Dios soberbio, que quería dominar solo y ser adorado sin otra compañía. Cierto: Dios quiere estar solo y ser adorado y amado por nosotros, no ya por soberbia, sino porque se lo merece y por el amor que nos profesa. 


Como Él nos ama con infinito amor; quiere todo nuestro amor, y por ello está celoso cuando ve que otros participan de corazones que Él quiere por entero para sí. «Celoso es Jesús», decía San Jerónimo, por lo que no quiere que amemos otra cosa fuera de Él. Y si ve que alguna criatura tiene parte en un corazón, (todos los amores humanos deben pasar por Jesús) en cierto sentido le tiene envidia, como escribe el apóstol Santiago, porque no sufre tener rivales en el amor, sino que Él sólo quiere ser amado: O ¿pensáis que vanamente dice la Escritura: “Hasta con celos se aficiona el espíritu que en nosotros puso su morada” (Iac. 4, 5)? El Señor alaba a la esposa en el Cantar de los Cantares, llamándola: “Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa” (Cant. 4, 2). La llama huerto cerrado, porque el alma, esposa fiel, tiene cerrado el corazón a todo amor terreno, para conservar solamente el de Jesús.


¿Es que no merece Jesús todo nuestro amor? ¡Ah, sí!; sobradamente lo merece, por su bondad y por el afecto que nos profesa. Bien comprendieron esto los santos, y por eso dijo de sí San Francisco de Sales: «Si conociese en mi alma una sola fibra que no fuese de Dios, la arrancaría al instante». 

(San Alfonso María Ligorio)