Stella ataca la rigidez y las ideas demasiado claras



Entrevista al cardenal bergogliano Beniamino Stella, Prefecto de la Congregación del Clero. (O cómo negar que existen verdades y mandamientos objetivos y absolutos dados directamente por Dios). A Stella, que sigue el reguero alineante de Francisco, se le ha sumado Müller, que va dando bandazos diciendo sí y lo contrario con unas semanas de diferencia.

A los modernistas les encantan los términos: zonas grises, rigidez, legalismo, aplicación fría, discernimiento espiritual, cómo actúa el Espíritu Santo en vidas alejadas de Dios, el peligro de educar a sacerdotes con " ideas demasiado claras y según límites y normas definidas" o que sabe "proponer una fe y una vida cristiana hecha de relaciones, más que de reglas abstractas". 

 Extracto.


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La inseguridad, efectivamente, siempre se casa con una cierta inflexibilidad». El cardenal Beniamino Stella, Prefecto de la Congregación del Clero, explica en esta entrevista con Vatican Insider la tarea, nada fácil, que la exhortación sobre el matrimonio y la familia encomienda a los sacerdotes, que están llamados a acercarse «a la vida de las personas sin clasificarlas mediante esquemas ideológicos o normas abstractas, sino escuchándolas, interpretando su situación concreta y su deseo de Dios». 
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¿Podría explicar qué significa «discernir» como pide “Amoris laetitia"? 
  
Para retomar una imagen utilizada por el Papa Francisco, diría que significa no encerrar la vida ni la realidad en la fórmula «o blanco o negro». Este enfoque rígido, alimentado por la ideología y el legalismo, es insuficiente para «leer» verdaderamente la existencia en su complejidad. 

Claro, es más fácil encerrarse en una jaula y estar, de esta manera, protegidos de los peligros que vemos a nuestro alrededor; pero si prevalece solamente el miedo nos quedamos inmóviles y, aunque en algunos momentos pueda servirnos, quedarse siempre en la seguridad de la jaula al final significa no vivir. 

Se comprende que algunos quisieran evitar el esfuerzo de tratar de interpretar las cosas profundamente, conformándose con soluciones fáciles y cómodas. Sin embargo, tanto en la vida cotidiana como en la fe, nos damos cuenta de que existen muchas “zonas grises”, situaciones que no pueden ser clasificadas rígidamente en el “o blanco o negro”

A propósito de “Amoris laetitia” y de los llamados “dubia”, el cardenal Gerhard Ludwig Müller, en el prefacio al último libro del filósofo Rocco Buttiglione, recordó precisamente esta tensión entre la objetividad de la norma, que sigue siendo fundamental e ilumina sobre la verdad del matrimonio, y las «situaciones existenciales que son muy diferentes y complejas» y que, en ciertos casos, pueden atenuar la culpa o, como sea, hacer que surja una sincera búsqueda de Dios. Para evitar tanto una fácil adaptación al espíritu del relativismo como una fría aplicación de los preceptos, afirma el cardenal, «se necesita una particular capacidad de discernimiento espiritual». 

Me viene a la memoria el Concilio de Jerusalén, descrito en los Hechos de los Apóstoles: para resolver una cuestión práctica de la vida de la Iglesia, los Apóstoles no se refieren inmediatamente a la ley o a la tradición, sino que abren de par en par los ojos y los corazones a la experiencia de la gracia del Espíritu Santo. Un poco como decía el cardenal Canestri, un pastor que acaba de fallecer recientemente: lo importante es estar en el río de la Iglesia; si uno está un poco a la derecha o a la izquierda, no importa, solamente es lícita la variedad y no debe ser forzada. Entonces, creo que el discernimiento es el arte de ver, con los ojos de la fe, cómo se encuentra obrando el Espíritu Santo incluso en situaciones de vida complejas o aparentemente alejadas de Dios, para apreciar todas las posibilidades humanas, espirituales y pastorales, pero siempre permaneciendo «dentro del río». 
  
“Amoris laetitia” pone una responsabilidad bastante considerable sobre los hombros de los sacerdotes. ¿Están formados y preparados para ello? 
  
Tenemos ante nosotros un gran desafío, que se relaciona particularmente con la formación sacerdotal. Me sorprendió mucho, en la conversación del Papa Francisco con Antonio Spadaro, publicada en el libro “Ahora hagan sus preguntas”, la alusión a los planes de formación sacerdotal que corren el peligro de educar con ideas demasiado claras y según límites y normas definidas, sin importar las situaciones concretas de la vida; por el contrario, necesitamos que el sacerdote sea «hombre de discernimiento». Pero para ello se requiere apostar especialmente por la formación humana de los sacerdotes. Con la nueva “Ratio  Fundamentalisse ha tratado de desanimar una formación orientada y organizada con una insistencia, diría excesiva, en el ámbito de los estudios académicos o basada en una espiritualidad abstracta, casi ajena a la persona. Se necesitan, si se me permite decirlo, sacerdotes plenamente humanos, es decir personas resueltas interiormente, que han podido reconocer las propias sombras y trabajar sobre los propios conflictos, personas que se han dejado ayudar para integrar las propias fragilidades en un proceso de maduración integral, que sean afectiva y psíquicamente estables y serenas. 
  
¿Qué sucede si falta este equilibrio? 
  
Cuando falta esta profunda humanidad equilibrada, el sacerdote corre el riesgo de asumir posturas de rigidez o de distancia, incluso por el temor de no saber ocuparse de los desafíos cotidianos del ministerio. La inseguridad, de hecho, se casa siempre con cierta inflexibilidad. Un sacerdote plenamente humano, en cambio, camina entre la gente, se deja conmover por sus heridas, anima sus alegrías y vive una cordialidad del trato que lo hace exquisito en las relaciones; acompañando a los hermanos, estará cada vez menos centrado en sí mismo y se preocupará por que lleguen a todos la caricia de Dios y el perfume de su gracia. 

Un sacerdote así no ve a los demás desde lo alto de la cátedra, sino, plenamente consciente de ser un pecador perdonado él mismo, se encuentra en la misma barca con sus hermanos y lleva a cabo la travesía de la conversión a Cristo con ellos. Con compasión y paternal cercanía, sabrá acoger la historia de cada uno, como un hombre que sabe bien que cada historia y cada persona es diferente de las demás, y que no existen manuales o prontuarios confeccionados. Es un hombre que sabe proponer una fe y una vida cristiana hecha de relaciones, más que de reglas abstractas.