2ª captura del Bautista (M Valtorta)




(...)Llaman enérgicamente a la puerta.

-¿Quién podrá ser a esta hora? -dice Pedro levantándose para ir a abrir.

Se presenta Juan. Agitado, lleno de polvo, con claros signos de llanto en su rostro.

-¿Tú aquí? -gritan todos -¿Pero qué ha pasado?


Jesús, que se ha puesto en pie, se limita a decir:

-¿Dónde está mi Madre?

Juan, dando unos pasos y yendo a arrodillarse a los pies de su Maestro, tendiendo los brazos hacia delante como pidiendo ayuda, dice:

-Tu Madre está bien, pero llorando como yo, como muchos otros, y te ruega que no vayas donde Ella siguiendo el curso del Jordán por la parte nuestra. Me ha hecho regresar por este motivo, porque... porque Juan, tu primo, ha sido apresado... 


Y Juan llora mientras entre los presentes se forma un gran alboroto.

Jesús se pone muy pálido, pero no se agita; solamente dice:

-Levántate y habla. 


-Iba hacia abajo con la Madre y las mujeres. También estaban con nosotros Isaac y Timoneo. Tres mujeres y tres hombres. Cumplí tu orden de conducir a María donde Juan...

¡Ah, sabías que era el último adiós... que debía ser el último adiós!... La tormenta de hace unos días nos obligó a detenernos unas horas, pocas pero suficientes para que Juan no pudiera ya ver a María... Llegamos a la hora sexta. Él había sido capturado en la hora del galicinio...

-¿Dónde? ¿Cómo? ¿Quién? ¿En su cueva?». Todos preguntan, todos quieren saber.

Lo han traicionado... ¡El que lo ha hecho ha usado tu Nombre para traicionarlo!

-¡Qué horror! ¿Quién habrá sido? -gritan todos.

Juan, estremeciéndose, manifestando levemente este horror que ni siquiera el aire debería oír, declara:

-Un discípulo suyo...

El alboroto se hace máximo: quién maldice, quién llora, quién está estupefacto, como estatuario.

Juan se echa al cuello de Jesús y grita:

-¡Tengo miedo por ti!, ¡por ti!, ¡por ti! Los traidores acompañan a los santos y por oro se venden, por oro y por miedo a los poderosos, por sed de premio, por... por obediencia a Satanás. ¡Por mil cosas!, ¡por mil! ¡Oh!
¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Qué dolor! ¡Mi primer maestro! ¡Mi Juan! ¡Tú me has sido dado por él!

-¡Tranquilo! ¡Tranquilo! No me sucederá nada por ahora.


-¿Y después? ¿Y después? Me miro... miro a éstos... tengo miedo de todos, incluso de mí mismo. Estará entre nosotros tu traidor...

-¿Pero estás loco? ¡Lo haríamos trizas! -grita Pedro.


Y Judas Iscariote:

-¡Loco de verdad! No seré yo jamás ése. Pero, si me sintiera debilitado hasta el punto de poderlo ser, me quitaría la vida: sería mejor que ser deicida. 


Jesús se libera del abrazo de Juan y zarandea rudamente a Judas Iscariote, diciendo: -­-¡No blasfemes! Nada te podrá debilitar, si tú no quieres. Y si así sucediera, llora, y no cometas otro delito además del deicidio. Se hace débil quien, motu propio, se vacía de Dios.

Luego vuelve donde Juan, que está llorando con la cabeza apoyada sobre la mesa, y dice:

-Habla con orden. Yo también estoy sufriendo. Era mi propia sangre, y además mi Precursor.

-Sólo he visto a los discípulos, a una parte de ellos, consternados y enfurecidos contra el traidor; los otros habían acompañado a Juan hacia la prisión para estar junto a él en la hora de la muerte.

-Pero todavía no ha muerto... La otra vez pudo huir -dice Simón Zelote, que estima mucho a Juan, queriendo consolar.


-No ha muerto todavía, pero morirá -responde Juan.


-Sí. Morirá. Él lo sabe y Yo también. Nada ni nadie lo salvará esta vez. ¿Cuándo? No lo sé. Sé que no saldrá vivo de las manos de Herodes.

-Sí, de Herodes. Escucha. Juan fue hacia esa hoz por donde pasamos también nosotros regresando a Galilea, entre el Ebal y el Garizim, porque el traidor le había dicho: 


"El Mesías ha sido agredido por unos enemigos y está muriendo. Quiere verte para confiarte un secreto". Y Juan fue, con el traidor y con algún otro. Acechaban en la hoz los soldados de Herodes, y lo prendieron. Los otros huyeron y llevaron la noticia a los discípulos que se habían quedado cerca de Enón. Acababan de llegar, cuando me presenté yo con la Madre. Lo que es horrible es que era uno de nuestras ciudades... y que a la cabeza del complot preparado para apresarlo estaban los fariseos de Cafarnaúm. Habían ido a verlo diciendo que Tú habías estado en su casa y que de allí partías para Judea... No habría abandonado su refugio sino por ti... 

Un silencio de tumba sigue a la narración de Juan. Jesús parece desangrado, con los ojos de un color azul oscurísimo y como empañados. Tiene la cabeza agachada, la mano -recorrida por un ligero temblor -en el hombro de Juan. Ninguno se atreve a hablar.

Jesús rompe el silencio:

-Iremos a Judea por otro camino. Pero mañana tengo que ir a Cafarnaúm. Lo antes posible. Descansad. Voy a subir por entre los olivos. Necesito estar solo.


Y sale sin decir nada más.

-Sin duda va allí a llorar -musita Santiago de Alfeo -Sigámoslo, hermano -dice Judas Tadeo.
-No. Dejadlo llorar. Vayamos sólo a la escucha, caminando despacio, porque temo asechanzas por todas partes ­responde el Zelote.

-Sí. Vamos. Los pescadores, siguiendo la orilla; así, si alguien viene por el lago lo veremos; y vosotros por los olivos. Estará, sin duda, en su sitio de costumbre, junto al nogal. Al alba prepararemos las barcas para salir temprano. ¡Esas serpientes! ¡Ya lo decía yo! Pero... ¡di, muchacho!, ¡la Madre está verdaderamente a salvo?


-¡Sí, sí; se han quedado con Ella también los pastores discípulos de Juan! ¡Andrés... no volveremos a ver a nuestro Juan! 


-¡Calla! ¡Calla! Me parece el canto del cuco... Uno precede al otro y...y...

-¡Por el Arca santa! ¡Callad! ¡Si seguís hablando de desgracias respecto al Maestro, empiezo por vosotros a haceros probar el sabor de mi remo en los lomos! -grita Pedro enfurecido -Vosotros -dice luego a los que van a estar entre los olivos ­coged garrotes, ramas gordas... allí hay, en la leñera; diseminaos armados. El primero que se acerque a Jesús para causarle daño es hombre muerto.

-¡Discípulos! ¡Discípulos! ¡Hay que ser cautos con los nuevos! -exclama Felipe.

El nuevo discípulo se siente herido y pregunta:

-¿Dudas de mí? Él me ha elegido y me ha llamado.

-No lo digo de ti. Lo digo de los que son escribas y fariseos y de sus adoradores. De ahí vendrá la ruina, creedlo. 


Salen y se diseminan, o en las barcas o entre los olivos de las colinas, y todo termina.