El pecado del silencio en la Iglesia de Bergoglio


/marymagdalen

Uno de los peores males es guardar silencio frente al mal, la Iglesia parece llena de hombres demasiado débiles, demasiado agotados para condenar lo que está mal. Ese fue el gran escándalo del maltrato infantil, hombres que hacían la vista gorda a la inmoralidad de los demás, que se tapaban los ojos y se negaban a ver el abuso a su alrededor, que tapaban sus oídos a súplicas de justicia y se amordazaban y se negaban a hablar para denunciar el pecado grave o para proteger al inocente.

El silencio significa consentimiento. Cuando implica pecados graves o crímenes, nos hace cómplices y igualmente malditos junto con el perpetrador. El silencio de tantos obispos y sacerdotes frente a la enseñanza del error es una herida grave en el Cuerpo de Cristo.

Es cierto que a veces el silencio puede ser un acto de prudencia, sobre todo si no se conocen los hechos. Podría haber sido prudente que el Santo Padre guardara silencio cuando acusó al gobierno de un país sudamericano de ser cómplice del secuestro y posible asesinato de alguien que en realidad era un soldado del gobierno secuestrado por una facción rebelde.

En el caso del silencio de St Thomas More sobre la Royal Supremacy, aunque se negó a firmar, pero, por su silencio, a diferencia de la franqueza de Fisher, dio lugar a encontrar una excusa para aceptar la Royal Supremacy. Quizás aquí vemos la diferencia entre la prudencia que un hombre casado con personas dependientes debe ejercer al seguir la voluntad de Dios, y la libertad que el celibato da. Aunque en última instancia, tanto More como Fisher terminaron  bajo la ejecucuión del verdugo, y sus contemporáneos dijeron, 'su silencio resonó como un trueno en toda Europa'.

Recientemente hice una pequeña crítica cuando escribí: "Ciertamente no confío en un monseñor ni en nadie que no esté dispuesto a respaldar una declaración perjudicial sobre el Papa sin estar dispuesto a poner su nombre en ella". Algunas personas sugirieron que el clima de temor en el Vaticano justificaba el anonimato por miedo a perder la carrera o la pensión o la estima de los superiores o colegas. Estos no son los argumentos de los que confían en Dios.

Ciertamente es digno de elogio soportar el propio sufrimiento en silencio, pero callar cuando otros sufren no es una opción cristiana, es pecaminoso.

 por el P. Ray Blake