Anécdotas de la Confesión



Hay que poner en práctica el consejo de San Felipe Neri y de su digno imitador San Juan Bosco: No acostarse nunca en pecado mortal.
Monseñor De Segur cuenta que un niño había prometido a Jesús no echarse a dormir en conciencia de pecado. Sucedió que un mal día, por desgracia cometió un pecado, y quiso cumplir su promesa. Aunque era de noche, con muy mal tiempo y lejos de la iglesia, sin embargo, cobrando ánimo, salió intrépido, se confesó y volvió muy contento dando las más cordiales gracias a Dios por el acto realizado. ¡Dichoso de él! Fuese a descansar; se duerme al instante el buen niño y sueña con ángeles hermosos, sueña con el buen Jesús, con María Santísima, oye melodías celestes y vuela, vuela por los espacios infinitos del Paraíso. A la mañana siguiente su mamá, viendo que tardaba mucho en levantarse, fue a despertarlo: lo llama, mas no responda; lo sacude y no se mueve. Estaba muerto. Y sobre su rostro cándido como un lirio, brillaba la aureola de los santos.
D. —Afortunado niño, la confesión le libró del pecado y del infierno, ¿no es cierto, Padre?
M. —Sin duda. Podemos, pues, concluir, que si la confesión es tal vez penosa, su fruto es siempre dulce y suave; pues la inocencia, la castidad, la fidelidad en el cumplimiento del deber, la práctica de la vida cristiana, y por lo mismo, la verdadera alegría y la paz, son los frutos de la confesión frecuente. De la diestra del confesor manan siempre infinitos beneficios. La confesión es un medio poderoso de educación. Todo puede temerse de aquél que no se confiesa.
Un ministro inglés deseoso de conocer a Don Bosco, del cual había oído hablar, y de aprender su método de educación, se trasladó a Turín: fue a visitar el Oratorio Salesiano. Recibiólo benignamente Don Bosco y le acompañó por sí mismo por toda aquella gran casa. Se maravillaba cada vez más el ministro a medida que iba recorriendo las dependencias y oficinas y admiraba y alababa el perfecto orden y disciplina que reinaba en todo. Mas cuando fue introducido en el gran salón en el que se reunían para el estudio más de quinientos jóvenes con la mayor seriedad y silencio y que para mantener tan perfecto orden sólo habían dos clérigos, su admiración se cambió en asombro, y dirigiéndose a Don Bosco, exclamó: “Señor Abad, sabe usted que esto es un espectáculo magnífico. Hágame el favor de decirme cuál es el secreto para obtener tanto silencio y tanta disciplina. Dígamelo que quiero llevarlo a Inglaterra”
—Señor ministro, le responde Don Bosco, mi secreto no le sirve a usted.
— ¿Y por qué?
—Porque es un secreto de los católicos y ustedes son protestantes. Mi secreto es la confesión frecuente y semanal.
—Sí, es así, a nosotros nos falta ciertamente este poderoso medio de educación, ¿mas no se podrá suplir de otro modo?
— ¡Ah, no! Si no se emplea este medio religioso es preciso recurrir al palo.
—Entonces, Padre, ¿o religión o palo?
—Sí, o religión o palo.
— ¡Bien, bien! O religión o palo: ya entiendo, quiero referirlo en Londres.
Ángel Broferio abogado experto e insigne poeta piamontés, habiéndose muerto la vieja y fiel persona que le servía, tomó una joven de Castelnuovo Calcea, su pueblo natal. Pocos días después ésta se presentó a su amo y llorando le dijo: “Señor, perdone, pero yo no puedo continuar en su servicio”
— ¿Por qué?
—Porque usted, que no es muy afecto a la iglesia, no me dejará ir a Misa los días de fiesta ni tampoco confesarme.
— ¿Quién te lo ha dicho?
—Todos los dicen, siervientes e inquilinos.
—Pues bien, irás a Misa todas las mañanas y todos los domingos te confesarás, pues yo no me fío nada de quien no se confiesa.

CONFESAOS BIEN
Pbro. Luis José Chiavarino

Publicado en ADELANTE LA FE