7 plagas, 7 truenos (María Valtorta)

A María Valtorta 

Dice Jesús: 
«Las siete plagas últimas corresponden a los siete truenos no descritos. Como siempre, son descripciones figurativas pero en las cuales no está excluida totalmente la realidad. Te explico cuanto estimo oportuno que te sea explicado de ellas.

La primera es la úlcera.

Desde los tiempos de Moisés castigué con enfermedades repugnantes a las criaturas que habían cometido pecados imperdonables hacia Mí. María, hermana de Moisés, tuvo el cuerpo cubierto de lepra por haber hablado mal de mi siervo Moisés. ¿Cómo no debe suceder igual y todavía más a quienes hablan mal de su Dios? La lepra, o la úlcera que sea, se extiende cada vez más porque habéis extendido cada vez más vuestros pecados contra Dios y contra la admirable obra de Dios que sois vosotros.

Cuando os revolcáis en la lujuria, ¿no creéis que cometéis un pecado contra Dios? Pues sí que lo cometéis, porque profanáis vuestro cuerpo donde el espíritu reside para acogerme a Mí, Espíritu Supremo. ¿Y hasta qué punto está llegando la lujuria del hombre, cumplida con fría y consciente voluntad? Es mejor no profundizar en este abismo de repugnante degradación humana. Yo te digo que se llamaban inmundos ciertos animales, pero que el hombre los ha superado ya y todavía los superará más, y que si se pudiera crear un nuevo animal, obtenido del cruce de los monos con las serpientes y con los cerdos, todavía sería menos inmundo que ciertos hombres, los cuales tienen del hombre el aspecto, pero tienen el interior más lúbrico y repugnante que el animal más sucio.

Como te he dicho, la humanidad se divide cada vez más. La parte espiritual, exigua al máximo, asciende. La parte carnal, numerosísima, desciende. Desciende a una profundidad de vicio espantosa. Cuando llegue el tiempo de la ira, la humanidad habrá alcanzado la perfección del vicio.

¿Y quieres que el hedor interno de sus almas muertas no transpire al exterior y corrompa las carnes, adoradas más que a Mí y usadas para todas las prostituciones? Y como las úlceras serán provocadas por vosotros, así llenaréis de sangre el mar y las aguas de los ríos. Los estáis llenando ya con vuestras carnicerías, y los habitantes de las aguas disminuyen, matados por vosotros, contribuyendo a vuestra hambre. Habéis pisoteado tanto los dones que Dios os ha dado para vuestras necesidades materiales, que tierra, cielo y aguas se están haciendo vuestros enemigos y os niegan los frutos de la tierra y los habitantes de las aguas, de los ríos, de los bosques, del aire.

Matad, matad si queréis, pisotead la ley de amor y de perdón, esparced la sangre fraterna y especialmente la sangre de los buenos, que perseguís justamente porque son buenos. Pero tened cuidado no sea que un día Dios os obligue a saciar vuestra hambre y vuestra sed con la sangre que habéis derramado, en oposición con mi orden de paz y de amor.

Rebeldes vosotros a las leyes que os he dado, rebeldes hacia vosotros los astros y los planetas que hasta ahora os han donado la luz y calor que necesitabais, obedeciendo, ellos, a las reglas que Yo he señalado por bondad hacia vosotros.

Enfermedades repugnantes como marca de vuestro vicio; sangre en las aguas como testimonio de toda la sangre que habéis querido derramar, y entre ésta está la mía; fuego del sol para haceros probar por adelantado las brasas eternas que esperan a los malditos; tinieblas para advertiros de que las tinieblas esperan a quien odia la Luz: todo esto para induciros a reflexionar y arrepentiros.
Y no servirá. Continuaréis precipitando. Continuaréis cumpliendo vuestras alianzas con el mal, preparando el camino a los “reyes de Oriente”, es decir, a los ayudantes del Hijo del Mal.
Parece que sean mis ángeles quienes traen las plagas. En realidad sois vosotros. Vosotros las queréis y vosotros las tendréis.

Hechos dragones y bestias vosotros mismos, por haberos desposado con el Dragón y la Bestia, daréis a luz, de vuestro interior corrompido, los seres inmundos: las doctrinas demoníacas absolutas que realizando falsos prodigios seducirán a los poderosos y los arrastrarán a batalla contra Dios. Estaréis tan pervertidos que tomaréis por prodigios celestiales cuanto es creación infernal.
María, ahora te cojo de la mano para conducirte al punto más oscuro del libro de Juan. Los comentaristas del mismo han agotado su capacidad en muchas deducciones para explicar a sí mismos y a las muchedumbres quien sea la “gran Babilonia”. Con visión humana, a la que las sacudidas producidas por acontecimientos deseados o por acontecimientos sucedidos no es ajena, han dado el nombre de Babilonia a muchas cosas.

¿Pero cómo no han pensado nunca que la “gran Babilonia” sea toda la Tierra? ¡Sería un Dios Creador muy pequeño y limitado si sólo hubiera creado la Tierra como mundo habitado! Con un latido de mi querer he suscitado mundos y mundos de la nada y los he proyectado, polvillo luminoso, en la inmensidad del firmamento.

La Tierra, de la que estáis tan orgullosos y tan feroces, no es más que uno de los polvillos rotantes en el infinito, y no el más grande. Pero ciertamente es el más corrompido. Vidas y vidas pululan en los millones de mundos que son la alegría de vuestra mirada en las noches serenas, y la perfección de Dios os aparecerá cuando podáis ver, con la visión intelectual del espíritu unido nuevamente a Dios, las maravillas de esos mundos.

¿No es acaso la Tierra la gran meretriz que ha fornicado con todas las potencias de la tierra y del infierno, y los habitantes de la Tierra no se han prostituído a sí mismos: cuerpos y almas, con tal de triunfar en el día de la tierra?
Sí que es así. Los delitos de la Tierra tienen todos los nombres de blasfemia, como los tiene la Bestia con la que se han aliado la Tierra y sus habitantes con tal de triunfar. Los siete pecados están como ornamento horrible sobre la cabeza de la Bestia que transporta Tierra y terrestres a los pastos del Mal, y los diez cuernos, número metafórico, están para demostrar las ‘infinitas infamias cumplidas con tal de obtener, a cualquier precio, cuanto quiere su feroz codicia.

¿Acaso no está la Tierra empapada de la sangre de los mártires, ebria por este licor santo que bebido por su boca sacrílega se ha transformado en filtro de embriaguez maldita? La Bestia que la lleva: compendio y síntesis de todo el mal cumplido desde Adán en adelante con tal de triunfar en el mundo y en la carne, trae detrás de sí a quienes, adorándola, se harán reyes de una hora y de un reino maldito. Sois reyes como hijos de Dios, y es reino eterno. Pero os hacéis reyes de una hora y de un reino maldito cuando adoráis a Satanás, el cual no puede daros más que un efímero triunfo pagado a precio de una eternidad de horror.

La Bestia -dice Juan- fue y no es. Así será al final del mundo. Fue, porque realmente ha existido; no es porque Yo, Cristo, la habré vencido y sepultado porque, entonces, ya no será necesaria para los triunfos del mundo.
¿No está la Tierra sentada sobre las aguas de sus mares y no se ha servido de éstos para dañar? ¿De qué no se ha servido? Pueblos, naciones, razas, confines, intereses, alimentos, expansiones, todo le ha servido para fornicar y cumplir desaforados homicidios e iscarióticas traiciones. 

Sus propios hijos, nutridos por ella con sangre de pecado, cumplirán la venganza de Dios sobre ella, destruyéndola, destruyéndose, llevando la suma de los delitos contra Dios y contra el hombre al número perfecto que exige el retumbar de mi: “¡Basta!”.
La sangre de los mártires y de los profetas hervirá en esa hora, perfumando mi trono con agradable olor grato, y los terrones de la tierra, que han recogido los gemidos de los asesinados por odio hacia Mí recibiendo sus últimas sacudidas, lanzarán un gran grito hecho de todos esos santos gemidos y temblarán de convulsión de angustia, sacudiendo las ciudades y las casas de los hombres en las que se peca y mata, y llenando la bóveda de los Cielos de voz que clama Justicia.

Y habrá Justicia. Yo vendré. Vendré porque soy Fiel y Veraz. Vendré a dar Paz a los fieles y Juicio santo a los vividos. Vendré con mi nombre cuyo sentido tan sólo es conocido por Mí y en cuyas letras están los atributos principales de Dios de quien soy Parte y Todo.

Escribe: Jesús: Grandeza, Eternidad, Santidad, Unidad. Escribe: Cristo: Caridad, Redención, Inmensidad, Sabiduría, Trinidad, Omnipotencia (de Dios condensada en el nombre del Verbo humanado). Y si te parece que falte algún atributo, piensa que la Justicia está comprendida en la santidad, porque quien es santo es justo, la Realeza en la grandeza” la Creación en la omnipotencia. Por eso en mi nombre están proclamadas las alabanzas de Dios.

Nombre santo cuyo sonido aterra a los demonios. Nombre de Vida que das Vida, Luz, Fuerza a quien te ama e invoca.

Nombre que es corona sobre mi cabeza de vencedor de la Bestia y de su profeta que serán presos, clavados, sumergidos, sepultados en el fuego líquido y eterno cuya mordaz crueldad es inconcebible para el sentido humano.
Entonces será el tiempo de mi Reino de la Tierra. Por ello habrá una tregua en los delitos demoníacos para dar tiempo al hombre de volver a oír las voces de cielo. Quitada de en medio la fuerza que desencadena el horror, descenderán como cascadas de gracia, como ríos de aguas celestes, de las grandes corrientes espirituales, para decir palabras de Luz.

Pero del mismo modo que a lo largo de los siglos no recogieron las Voces aisladas, comenzando por la del Verbo, que hablan de Bien, los hombres estarán sordos, siempre sordos, menos los señalados por mi signo, mis amigos dilectísimos atentos a seguirme, sordos a las voces de muchos espíritus, a las voces semejantes al rumor de muchas aguas que cantarán el cántico nuevo para guiar a los pueblos al encuentro con la Luz y sobre todo a Mí: Palabra eterna. Cuando se haya cumplido la última tentativa, Satanás vendrá por última vez y encontrará seguidores en los cuatro rincones de la tierra, y serán más numerosos que la arena del mar.

¡Oh! ¡Cristo! ¡Oh! ¡Jesús que has muerto para salvar a los hombres! Sólo la paciencia de un Dios puede haber esperado tanto, haber hecho tanto, y haber obtenido tan poco sin retirar a los hombres su don y hacerles perecer mucho antes de la hora señalada. Sólo mi Paciencia que es Amor podía esperaros, sabiendo que, como arena que se filtra por una sutilísima criba, escasamente algún alma llegaría a la gloria respecto de la masa que no sabe, que no quiere filtrarse a través de la criba de la Ley, del Amor, del Sacrificio, para alcanzarme.
Pero en la hora de la venida, cuando, como Dios, Rey y Juez, Yo venga para reunir a los elegidos y maldecir a los réprobos, arrojándoles allí donde el Anticristo, la Bestia y Satanás ya estarán para siempre, tras la suprema victoria de Jesucristo, Hijo de Dios, Vencedor de la Muerte y del Mal, a estos elegidos que han sabido permanecer “vivos” en la vida, vivos en el espíritu esperando nuestra hora de triunfo, les daré la posesión de la morada celeste, les daré a Mí mismo sin pausas y sin medida.

Aspira a esa hora, María. Llámala y llámame con todas las fuerzas de tu espíritu. He aquí, ya vengo cuando un alma me llama. Junto al Amado que vio desde la Tierra la gloria del Cordero, Hijo de Dios, la gloria de su y de tu Jesús, di, con cada latido de tu corazón: “Ven, Señor Jesús”».


Al dictarme, Jesús me hace entender que cuando dice Tierra quiere decir mundo tomado no como globo de polvo y de aguas, sino más bien, como unión de personas. No sé si lo sé explicar bien. Cuando dice Tierra quiere decir, diré así: ente moral, y cuando dice tierra quiere decir simplemente planeta compuesto de terrenos, de montes, de aguas. Culpable la primera, inocente la segunda.
Por esto puede decir sin contradecirse que la sangre de los mártires ha llegado a ser veneno para la Tierra que la ha bebido (en sus habitantes) con ira sacrílega y la ha derramado (en sus potencias estatales) con abuso blasfemo de poder temporal; mientras que la tierra globo, rotante en el espacio del éter, ha bebido con respeto y acogido con amor la sangre de los mártires y sus convulsiones agónicas, y las presenta, la una y las otras, al Eterno, pidiendo, materna y piadosa, que no hayan sido derramadas y sufridas en vano y que se haga justicia de ellas.

Estoy contenta de haber recibido la explicación directa del Libro que me gusta tanto, pero humanamente le aseguro que estoy deshecha. Me parece ser algo vacío, una cosa exprimida. No tengo nada más dentro después de haber tenido tanto.

En estos días, aplastada bajo las grandes voces que escuchaba dentro, tenía una intolerancia hacia el ruido humano, ¡y he tenido tanto a mi alrededor! He sufrido muchísimo, apresada entre los obstáculos comunes de la vida y las exigencias sobrenaturales del Maestro.
Bien. Ya está hecho. Y ahora digo: “Un poco de descanso, si no la pobre escritorzuela de Jesús termina rompiéndose como una máquina demasiado usada”. Ahora a usted para la copia. Pero, cuando me traiga el fascículo, tráigame también este cuaderno. Me cuesta menos corregir si tengo delante el manuscrito. Si no ¿cómo hago para recordar y añadir las palabras que faltan? ¿Quién se acuerda? Después se lo devuelvo.

Y en cambio todavía hay que decir. 

Dice Jesús:

«Antes de cerrar este ciclo hay que hablar de las dos resurrecciones.
La primera comienza en el momento en que el alma se separa del cuerpo y aparece ante Mí en el juicio particular. Pero sólo es resurrección parcial. Más que resurrección se podría decir: liberación del espíritu de la envoltura de la carne y espera del espíritu para reunirse con la carne y reconstruir el templo vivo, creado por el Padre, el templo del hombre creado a imagen y semejanza de Dios.

Una obra a la que le falta una parte está incompleta y es imperfecta. La obra hombre, perfecta en su creación, está incompleta e imperfecta si no está unida en sus diversas partes. Destinados al Reino luminoso o a la morada tenebrosa, los hombres deben estar en éstos para siempre con su perfección de carne y espíritu.

Por esto se habla de la primera y de la segunda resurrección. Pero observa.
Quien ha matado su espíritu con vida terrena de pecado viene a Mí, en el juicio particular, con un espíritu ya muerto. La resurrección final hará que su carne vuelva a coger el peso del espíritu muerto para morir totalmente con él. Mientras que quien ha vencido a la carne en la vida terrena viene a Mí, en el juicio particular, con un espíritu vivo que, entrando en el Paraíso, aumenta su vivir.

También los purgantes son “vivos”. Enfermos, pero vivos. Lograda la curación en la expiación, entrarán en el lugar que es Vida. En la resurrección final su espíritu vivo de mi Vida, a la que estarán indisolublemente unidos, volverá a tomar la carne para glorificarla y vivir totalmente con ella así como Yo vivo con ella.
Por eso se habla de muerte primera y segunda, y, en consecuencia, de resurrección primera y segunda. El hombre debe llegar por propia voluntad a esta posesión eterna de la Luz -porque en el Paraíso poseéis a Dios, y Dios es Luz- , como por propia voluntad ha querido perder la Luz y el Paraíso. Yo os doy las ayudas, pero la voluntad debe ser la vuestra.

Yo soy fiel. Os he creado libres y libres os dejo. Y si pensáis cuánto es digno de admiración este respeto de Dios por la voluntad libre del hombre, podéis entender cómo sería vuestro deber no abusar de ello, utilizándola para el mal, y tener respeto, reconocimiento y amor hacia el Señor, Dios vuestro.
A los que no han abusado, Yo digo: “Está preparada vuestra morada en el Cielo, y deseo ardientemente que estéis en mi Beatitud”».