¿Por qué no dejamos opinar a Dios?





Estamos acostumbrados a decidir por nosotros mismos sin contar con Aquel que podría dirigir las acciones y decisiones que nos competen a un punto óptimo y conseguir así mayor ventaja en todos los aspectos del vivir diario. Sí, en toda toma de decisión habríamos de consultar al consejero divino que está más interesado que nosotros en hacer de la etapa terrena en la que nos desenvolvemos, una experiencia alentadora, ordenada al bien y no al desastre al que muchas veces nos vemos abocados por no discernir lo que nos conviene. 

Esto toma mayor relevancia si lo extendemos al bien superior al que debemos tender y en el que erramos la perspectiva por no querer darnos cuenta de que la vida no acaba aquí sino que se prolonga más allá de la muerte. Y es a esa vida a la que debemos dirigir nuestros esfuerzos para conseguir la mejor inversión que perdurará por toda la eternidad. 

Por eso es importante tener en cuenta a Dios, al Dios que nos creó con el fin de tenernos con Él en el Reino de gozo y alegría sin fin, pero al cual no se accede si no es con el seguimiento de unas reglas sencillas de cumplir y que se engloban en los 10 Mandamientos, nuestro legado de conducta. 

Es así como una sociedad que ha olvidado a Dios, ha desembocado en una crisis sin precedentes en casi todos los órdenes y es incapaz de alcanzar sosiego y convivencia pacífica por haber dictado sus propias normas que se oponen al plan perfecto de Dios. Así mientras se penalice la maternidad y la defensa de la vida y se licite el aborto o la eutanasia o la falsificación del matrimonio como en una subasta en la que cualquiera opina, no puede haber paz social porque el desorden moral se vuelve hacia el pueblo que lo originó y le trae innumerables desgracias. 

Si el Islam ya aniquila con su barbarie ideológica al cristianismo, es prueba de que occidente ha renunciado a sus principios pacificadores, puesto que sólo en Dios el hombre alcanza su desarrollo efectivo y afectivo y construye una civilización fuerte que sabe defenderse de su enemigo, en lugar de abrirle estúpidamente la puerta en nombre del multiculturalismo y de una ingenua aplicación de la democracia.


I. P