Los demonios atacan al hombre en 5 puntos


Del libro: "Habla un exorcista", de Gabriele Amorth 




Me detengo en algunos trastornos de carácter general que pueden indicar una causa maléfica, aun cuando no siempre se trata de este mal: no son suficientes para un diagnóstico, pero pueden ayudar a formularlo.

Las negatividades, o sea los demonios, tienden a atacar al hombre en cinco puntos, de modo más o menos grave según la causa: en la salud, en los afectos, en los negocios, en las ganas de vivir y en el deseo de morir.


En la salud. El maligno tiene el poder de provocar males físicos y psíquicos. Ya he mencionado los dos males más comunes, en la cabeza y en el estómago. En general, éstos son males permanentes. 

Otros males son pasajeros, a menudo afectan incluso sólo durante el exorcismo. Se trata de bubones, grietas, cardenales... El Ritual sugiere hacer sobre ellos la señal de la cruz y rociar con agua bendita. Muchas veces he comprobado la eficacia incluso de poner encima de ellos sólo la estola y presionar con una mano. Varias veces me he visto ante casos de mujeres que han venido a verme inquietas porque estaban a punto de ser operadas de quistes en los ovarios: así resultaba de los dolores y la ecografía. Después de la bendición, cesaban los dolores; tras una nueva ecografía, los quistes ya no aparecían y no volvía a hablarse de operación. El padre Candido vivió una rica casuística de males graves desaparecidos gracias a sus bendiciones; incluso tumores en el cerebro, de los que los médicos estaban seguros. Naturalmente estas cosas pueden practicarse sólo sobre aquellas personas que tienen negatividades y de las cuales puede sospecharse que el mal depende del maligno.


En los afectos. El maligno puede dar tensión nerviosa y mal humor incontenibles, especialmente con las personas que más nos quieren. Así, rompe matrimonios, deshace noviazgos, suscita disputas con voces destempladas y estrépito en familias en las que, en realidad, todos se quieren; y siempre por motivos fútiles. Trunca las amistades; da a la persona afectada la impresión de que no es grata en ningún ambiente, de que se la evita, de que debe aislarse de todos. Incomprensión, no amor, vacío afectivo total, imposibilidad de casarse. 

También éste es un caso muy corriente: cada vez que se inicia una relación de amistad que podría desembocar en amor, o incluso cuando ha habido una declaración expresa, de golpe todo se esfuma sin motivo.


En los negocios. Imposibilidad de encontrar trabajo, incluso cuando se llega a la casi certeza de lograr un puesto; no existen motivos o son absurdos. O bien personas que encuentran trabajo, pero luego lo dejan por motivos banales; con dificultad encuentran otro, pero luego ni siquiera se presentan a él o lo abandonan también, con una ligereza que a los parientes les parece inconsciencia o anormalidad. He visto a familias muy acaudaladas caer en la más negra miseria por motivos humanamente inexplicables. A veces se trataba de grandes industriales a los que, de golpe y por motivos inexplicables, todo ha comenzado a írseles a pique; otras veces, grandes empresarios han empezado, de repente, a cometer errores burdos, como para llevarles a acabar con un montón de deudas; en otras ocasiones, comerciantes que dirigían tiendas abarrotadísimas han visto de pronto cómo nadie ponía el pie en su comercio. En síntesis, se ha tratado de la imposibilidad de encontrar cualquier trabajo, o bien del paso de la normalidad económica a la miseria, de un trabajo intenso al paro. Y siempre sin motivos razonables.


En las ganas de vivir. Es lógico que los males físicos, el aislamiento afectivo, el fracaso económico, empujen a un pesimismo y que la vida se vea sólo con matices negativos. Sigue una especie de incapacidad para el optimismo o al menos para la esperanza; la vida aparece totalmente negra, sin posibilidad de salida, insoportable.


En el deseo de morir. Es el punto final que el maligno se propone: hacer llegar a la desesperación y al suicidio. Y me interesa decir inmediatamente que cuando uno se pone bajo la protección de la Iglesia, incluso con una sola bendición, este quinto punto queda excluido. Parece que se revive lo que el Señor respondió al demonio respecto de Job: «Está bien, haz con él lo que quieras, con tal de que respetes su vida» (Jb. 2, 6). Yo podría contar una serie de episodios en los que, con intervenciones que tienen algo de milagroso, el Señor salvó del suicidio a ciertas personas.

Muchos, cuando exponía estos cinco puntos, se encontraban plenamente inmersos en ellos, aunque con distintas fases de gravedad. Me interesa repetir que estos males pueden ser consecuencia de una presencia maléfica, pero también pueden tener otras causas: no bastan por sí solos para llegar a la conclusión de que una persona está poseída o infestada por el maligno.

Sobre el quinto punto, deseo de morir e intentos de suicidio, al ser el aspecto más grave, quisiera reseñar al menos dos ejemplos.

Me ocupé del caso de una enfermera profesional que, en fase de crisis aguda, sin capacidad de soportar más, hizo un razonamiento del todo disparatado. Debía realizar una transfusión de sangre. Pensó: «Inyecto otro grupo sanguíneo; el enfermo muere, a mí me detienen y así me refugio en la cárcel.» Hizo cuanto se había propuesto, completamente segura de que había usado otro grupo sanguíneo para la transfusión. Se dirigió a su cuartito, a la espera de ser detenida. Pero las horas pasaban en vano. La transfusión había ido muy bien (no se sabe cómo) y la enfermera ya sólo pensó en arrepentirse de su estupidez.

Giancarlo, un guapo muchachote de veinticinco años, parecía lleno de salud y de vivacidad. En cambio, tenía un «inquilino» que le atormentaba de manera atroz. Los exorcismos le daban un poco de alivio, pero demasiado poco. Una tarde decidió acabar con todo, como ya había intentado otras veces. Caminó a lo largo de las vías de una importante línea férrea, llegó a una amplia curva y se tendió sobre los rieles de una de las dos vías. Con la única ayuda de un saco de dormir, resistió en esta incó- moda posición durante cuatro o cinco horas. Pasaron varios trenes, en ambas direcciones, pero todos por las vías de al lado. Y ningún maquinista o ferroviario advirtió su presencia.

Éste es el hecho: me es imposible dar una explicación natural del mismo.